La
vuelta a la ciudad. De
Gianni Rodari.
Paolo
era un chico muy activo. No podía estar sin hacer algo interesante o
útil. Nunca se aburría porque la fantasía estaba siempre dispuesta
a sugerirle un juego, un trabajo, una actividad. También era tenaz:
cuando tomaba una decisión, no retrocedía, no dejaba las cosas a la
mitad. Un día que no tenía colegio y estaba solo en casa, hizo
deprisa los deberes y extendió sobre la mesa un gran plano de su
ciudad contemplando largo rato la maraña de calles y plazas, de
avenidas y callejas, más apretadas en los barrios céntricos y más
abiertas donde los arrabales periféricos se confundían con el
campo.
Casi
sin darse cuenta Paolo se encontró con el compás entre las manos y
dibujó sobre aquella desordenada madeja de líneas y espacios un
círculo exacto. ¿Qué extraña idea le estaba viniendo a la cabeza?
Al fin y al cabo ¿por qué no intentarlo? Y está, había tomado una
decisión: dar la vuelta a la ciudad. Pero la vuelta exacta. Las
calles giran en zigzag , cambiando a cada momento caprichosamente,
abandonando un punto cardinal para seguir otro. Incluso las grandes
carreteras de circunvalación están trazadas en círculo, por así
decirlo, no están trazadas con compás . En cambio, Paolo quería
dar la vuelta a la ciudad caminando siempre por la circunferencia
trazada por su compás, sin desviarse un paso de ese anillo, nítido
como una hermosa idea.
Por
casualidad el círculo pasaba justo por la calle en la que Paolo
vivía con su familia. Se metió el plano en un bolsillo, en el otro
se guardó un panecillo, por si acaso le entraba hambre y adelante...
Ya está en la
calle . Paolo decide ir a la izquierda . El círculo del compás
sigue la calle por un buen trecho, después la atraviesa, en un punto
en el que no hay paso de peatones. Pero Paolo no desiste de su
proyecto . El también, como el círculo, cruza la calle. Parece que
pasa precisamente por ese grupo de casas y sale del otro lado, a una
plazoleta. Paolo, tras echar una ojeada al plano, entra en el portal.
No hay nadie. Adelante. Hay un patio. Se puede atravesar. ¿Y ahora?
Ahora hay escaleras, pero Paolo no sabe si subir: llegaría al último
piso, no podría salir al tejado y luego saltar de un tejado a
otro... Una marca de lápiz trepa rápido por los tejados, pero los
pies, sin alas, es muy distinto.
Por suerte , en el
rellano de la escalera hay un ventanuco. Un poco alto, a decir
verdad, y no muy ancho. Paolo constata su plano: no cabe duda, para
seguir el círculo hay que pasar por allí. No queda otra solución
que trepar.
Cuando
se agacha para lanzarse arriba, le coge de sorpresa una voz masculina
a sus espaldas que lo inmoviliza contra la pared, como a una araña
asustada.
-Eh,
chicuelo, ¿dónde vas? ! Qué idea se te ha metido en la cabeza?
Baja en seguida.
-¿
Me dice a mí?
-
Sí. Pero, dime, no serás un ladronzuelo...No , no me parece que
tengas pinta de eso. ¿Entonces? ¿Quizá estás haciendo gimnasia?
-La
verdad, señor... sólo quería pasar al otro patio.
-No
tienes mas que salir, dar la vuelta a la casa y entrar en el
siguiente portal.
-No,
no puedo...
-Ya
entiendo: has jugado una mala pasada y tienes miedo de que te
atrapen.
-No,
le aseguro que no he hecho nada malo...
Paolo
observa atentamente al señor que le ha detenido al pie del
ventanuco. Después de todo parece una persona amable. Tiene un
bastón , pero no lo emplea para amenazar. Se apoya en él
sonriendo. Paolo decide fiarse de él y le confía su proyecto...
-La
vuelta a la ciudad – repite el señor - ¿siguiendo un círculo
dibujado con un compás ? ¿Eso es lo que quieres hacer?
-Sí,
señor.
-Hijo
mío, pero eso no es posible. ¿Qué vas a hacer si te encuentras
ante una pared sin ventanas?
-La
saltaré.
-¿Y
si es demasiado alta para saltarla?
-Haré
un hueco y pasaré por debajo.
-¿Y
cuando llegues a la orilla del río? Mira, en tu plano el círculo
pasa por el río en su parte más ancha y en esa parte no hay
puentes.
-Pero
sé nadar.
-Ya
veo, ya veo. No eres un tipo que se rinda fácilmente ¿verdad?
-No.
-Se
te ha metido en la cabeza un proyecto tan preciso como el círculo de
un compás... ¿Qué quieres que te diga? ¡ Inténtalo!
-Entonces,
¿me deja pasar por el ventanuco?
-Haré
algo mas, te ayudaré. Te hago una escalerilla con las manos. Pon el
pie aquí arriba, ánimo...Pon atención a caer de pie...
-¡Muchas
gracias , señor! Y ¡hasta la vista!
Y
Paolo sigue, todo derecho. Bueno, no exactamente derecho: tiene que
andar en círculo, sin salirse un ápice de la línea que ha dibujado
en su plano.
Ahora
se encuentra al pie de un monumento ecuestre . Un caballo de bronce
pisotea su pedestal de mármol. Un héroe, del que Paolo ignora el
nombre, sujeta las riendas con la mano izquierda mientras con la
derecha señala a una lejana meta. Parece apuntar precisamente a la
continuación del círculo de Paolo. ¿Qué hacer? ¿Pasar entre las
patas del caballo? ¿Trepar por la cabeza del héroe? O sencillamente
rodear el monumento...
PRIMER
FINAL.
Mientras
reflexiona en la forma de resolver el problema, Paolo tiene la
sensación de que el héroe, desde lo alto de su caballo, ha ladeado
la cabeza . No mucho, sólo lo suficiente para mirarle y guiñarle un
ojo.
-Empiezo
a ver visiones – murmura Paolo asustado. Pero el héroe de bronce
insiste. Ahora, además, baja la mano que apuntaba fieramente a la
meta y hace un gesto de invitación:
-Arriba
– dice-, monta. En este caballo hay sitio para dos.
-Pero
yo... verás...
-Venga,
no me hagas perder la paciencia. ¿Crees que no sé cabalgar sobre un
círculo perfecto, sin salirme por la tangente? Yo te llevaré a
hacer tu viaje geométrico. Te lo mereces porque no has dejado que te
desanimen los obstáculos.
-Gracias,
se lo agradezco de verdad, pero...
-
Uff, qué pesado te pones. Y también eres soberbio. No te gusta que
te ayuden ¿eh?
-No
es por eso...
-Entonces
es sólo para perder el tiempo parloteando. Sube y vámonos. Me
gustas porque sabes dar algo bello y ponerlo en práctica sin pensar
en las dificultades. Rápido, el caballo se está despertando... Has
llegado aquí justamente en el único día del año en el que, no sé
por qué hechizo, nos está permitido hacer una galopada, como en los
viejos buenos tiempos... ¿Te decides o no?
Paolo
se decide. Se agarra a la mano del héroe. Ya está en la silla. Ya
vuela... Allí está la ciudad, a sus pies. Y allí, dibujado sobre
la ciudad, un círculo de oro, un perfecto camino resplandeciente,
tan preciso como el dibujado por el compás.
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